Comentario
El cambio cultural al que asistimos tiene, como cabe esperar, múltiples manifestaciones arqueológicas y múltiples implicaciones sociológicas. Vayan estas últimas por delante en la exposición. Además de los cementerios de urnas se conocen muchos asentamientos asignados a la época y a la cultura de las Urnas. En la Edad de Bronce Antiguo, los poblados conocidos escasean. Abundan, en cambio, los del Bronce Final, y no pasan inadvertidos. Estos se localizan en promontorios y alturas, donde se encontraban bien amurallados. La serie de yacimientos fortificados más sobresaliente y homogénea es la correspondiente a la cultura de Lausitz, en Alemania Oriental y Polonia. Las murallas de dicha cultura se construyeron con un sistema celular de planchas en los frentes y empalizadas en el núcleo de dos y tres metros de espesor, y de gran resistencia en caso de ataque armado.
Precisamente, las armas de bronce circularon en grandes cantidades durante esta etapa, tanto las ofensivas -espadas- como las defensivas -cascos, escudos, corazas, rodilleras, etc.-. En ciertos casos, esta panoplia militar acompañó al guerrero a su tumba; pero con mucha más frecuencia los hallazgos de aquellas armas se han producido en depósitos enterrados o entregados a las aguas de los ríos, de los pantanos, de las marismas, etc.
Los depósitos de objetos metálicos son un fenómeno que está lejos de ser bien entendido. Muchos de ellos, sin duda, fueron votivos; es decir, fueron donativos de sus dueños a las divinidades de las aguas, de los espíritus de las grutas, o de los montes. Otros depósitos, en cambio, pudieron ser escondrijos en tiempo de peligro; o almacenes de metal; o testimonio de un broncista u orfebre prevenido; o conducto de una táctica orientada precisamente a la retirada del metal. Los depósitos pudieron ser accidentales o responder a un propósito religioso, social, económico, político o tecnológico
Atendiendo al mérito artístico de los artesanos del metal, destacan dos áreas geográficas en Europa a fines de la Edad de Bronce. Estas son la Europa nórdica (Jutlandia, las islas danesas y el sureste de Suecia) por sus broncistas y la Europa atlántica (en especial Irlanda) por sus orfebres. A pesar de carecer de yacimientos metalúrgicos, la producción de objetos de bronce (armas, instrumentos, adornos y utensilios personales, vasos, etc.), en Dinamarca superó a la de otras regiones en cantidad y calidad. Su apego a la tradición de los túmulos puede verse reflejada en la proliferación de objetos de bronce requeridos por aquella clase social de los túmulos. Su conservadurismo no fue, sin embargo, inmovilista. Los broncistas daneses mostraron un admirable dominio y superación de las técnicas de su arte. Ello ocurre precisamente al final de la periodización del Bronce Nórdico (Fase V: 900-700 a. C.) cuando el hierro (material muy abundante en Escandinavia) había entrado con pie firme en la trayectoria de la metalurgia europea.
En el terreno de la orfebrería, la tradición de las lunulae no debió de pasar sin dejar huella en Irlanda. Los depósitos irlandeses han proporcionado, en efecto, ingentes cantidades de oro. Ahora, el metal dorado y prestigioso no se escatima. Collares, brazaletes, alfileres, botonaduras, etc., son tan sólidas y tan pesadas, que suscitan la duda de si, alguna vez, alguien las ha usado a diario.
Una nueva sociedad está a punto de constituirse en la fase de los Campos de Urnas. La serie de factores culturales apuntados (incremento de la producción de armamentos, renovación tecnológica de la metalurgia, rápido expansionismo de las innovaciones materiales, etc.), revelan unas condiciones sociales en las que la guerra es operativa, en las que la jerarquía dominante saca partido económico y beneficio personal a los enfrentamientos bélicos. En la guerra, que bien pudo tener el carácter de razzia o escaramuza, los dirigentes compiten por su prestigio y estatus social, como en el pasado; pero ahora las comunidades que éstos representan se juegan a vida o muerte el acceso a las fuentes de riqueza: los metales, el ámbar, las pieles, y, con seguridad, la posesión de tierras de labor. No faltan en esta fase los símbolos de poder y los objetos de prestigio en las necrópolis de incineración.
Tumbas con ajuares ricos son frecuentes en la primera fase de las Urnas (siglos XIII y XII a. C.) en Centroeuropa (Baviera, Austria, Bohemia, Eslovaquia, Hungría, etc.). Los ricos del Norte siguieron haciendo ostentación de sus recursos. Ahora bien, el resorte social de la competitividad por alcanzar una posición social destacada va tendiendo hacia la manifestación de un desafío vital y no tanto a la mera emulación por la riqueza material.
En estas condiciones, un mayor contingente de población, por su propio esfuerzo, tiene posibilidades de colocarse en una plataforma digna y contribuir a reforzar el engranaje socio-económico establecido. Llegado un momento, los ajuares de las urnas son muy uniformes. Ello no es necesariamente signo de empobrecimiento, sino de la participación de muchos individuos en los afanes de la guerra, del comercio pequeño y multirregional, del transporte, de la explotación más eficaz de la tierra, etc. En suma, la sociedad del Bronce Final en Europa ha reducido las fronteras regionales; es notoriamente más compleja que la del Bronce Antiguo y más igualitaria. Irreversiblemente, esta sociedad se movilizó con una ideología propia que se vierte ilustrativamente en las obras de arte.